Toda obra debe empezar con agradecimientos, especialmente si la obra trata de la inspiración. Amigos, profesores y familia: a todos, gracias… Y, sí, por supuesto, pero en último lugar: gracias también a los dioses.

Hace algún tiempo, recién llegado al Madrid de la pandemia, oí a un vecino que desde su balcón resumía de manera sabia que había que hacer frente a la Covid-19. Este señor, certero en cada una de sus palabras, decía así: “Ahora toca joderse, y ya está”.

“Ahora toca joderse, y ya está”, mascullé mientras me acababa los cereales, reflexionando sobre el sentido profundo de ese consejo que sonaba a orden. No llegué a ninguna conclusión digna de compartirse, pero recordé que en mi lista de lecturas pendientes se encontraban las Meditaciones de Marco Aurelio, emperador romano y una de las figuras clave del estoicismo.

Marco Aurelio, que habría visto en nuestras presentes circunstancias una excelente oportunidad para poner a prueba su filosofía, compartía en cierto sentido escuela con mi vecino. Nunco llegó a decir —al menos estando sobrio— que en algún momento tocará joderse, pero sí daba estupendos consejos para afrontar las vicisitudes de la vida, tanto lo bueno como lo malo.

Sin embargo, antes de empezar a dar consejos, Marco Aurelio, un hombre instruido con un gran sentido de lo humano, dedica el primer capítulo de sus Meditaciones a dirigir un extenso agradecimiento a todas aquellas personas que han enriquecido su vida, desde su familia a sus instructores, pasando por sus amigos hasta llegar a los dioses. Curiosamente, deja el agradecimiento a los dioses para el final y, no contento con ello, de entrada no les agradece ni la existencia, ni el sol, ni la luna, ni el agradable piar de los pájaros; lo primero que les agradece es haber puesto en su vida a su familia, a sus instructores y a sus amigos.

Yo no soy Marco Aurelio, pero sí puedo robarle la idea. Especialmente porque esta página web, Deinós, no existiría si no hubiese contado con la inspiración y el apoyo de cada una de las personas a las que de manera indirecta me referiré aquí. No pocos de vosotros me habéis animado a escribir; para mí, ya es un triunfo compartido la publicación de este post.

Los amigos

Doy gracia a todos, desde el primer amigo en compartir conmigo el camino hasta el último en unirse; son auténticos errantes:

Gracias, amigo, por las noches rodeados de los artilugios propios de la fragua de Vulcano, espíritu libertario y buena música, entre puros y botellas de whisky regalo de la industria aeroespacial. Gracias también por la expedición en esa otra fragua de Vulcano, hace muchas lunas.

Gracias, amigo, por compartir tardes al volante o en tu sótano, por deambular en tu compañía entre las risas y la desilusión, por tu obscena locuacidad y por ese momento irrepetible en el que le cantaste al borde de la pizza Time, de Pink Floyd. Gracias también por esa patada a traición en la cara en krav maga: ahora ya no bajo la guardia.

Gracias, amigo, por esos paseos que solo se acababan cuando nos habíamos acompañado a casa varias veces, horas después de decidir que era el momento de recogerse. Pero, ¡quién querría poner fin a esas conversaciones y sesiones de pseudo-psicoterapia, al helado de Kinder Bueno o pistacho o a la enésima discusión sobre juegos de rol!

Gracias, amigo, por tu inquebrantable optimismo y sonrisa, y gracias por presentarnos a la Reina de Queens. Se te echa de menos, aunque tus hermosas cejas despierten una envidia malsana, casi homicida.

Gracias, amigo, por ser un ilustrativo ejemplo de тоска (melancolía), por las barbacoas en la playa, por el vodka castrense y por tu genialidad narrativa como director de juego, que permitió a un tal Zayed bin Hamad divertirse a pesar del confinamiento.

Gracias, amigo, por la leyenda sobre ese bar oculto en una calle marginal en Huelva, donde se dan cita gitanos, pijos, hippies y metaleros para compartir cocaína y maría. Gracias también por acompañarme en la expiación del pecado de haber renegado de nosotros mismos en tierras extranjeras.

Gracias, amigo, por ese antagonismo inicial que acabó dando lugar a la cucaracha mecanógrafa, por compartir tribulaciones profesionales y existenciales y por las sesiones cinéfilas de los domingos. Gracias también por la discrepancia al respecto de las mayúsculas.

Gracias, amiga, por ser el pajarillo curioso y el gato samurái venido del enclave africano. Gracias por rescartar del pasado las cáusticas memorias de aquel diplomático. Gracias también por hacerle saber al gigante de ónice que, ese día, tú eras España y que su dignidad no se rendía.

Gracias, amigo, por tus codazos para despertarme en clase, por el apoyo para sobrevivir a la madre de todas las batallas y por compartir anotaciones sobre expresiones pictóricas de la locura y de la picardía, granjeándonos la fama de amateurs de la trepanación.

Gracias, amiga, por compartir conmigo el espíritu del verdel y ser la valquiria en la madre de todas las batallas. Gracias también por las tardes de paseos, por las cervezas de más acabadas en desnucamiento y por las silenciosas mañanas en la secreta dimensión NO-DO.

Gracias, amigo, por ser el espíritu de nuestra alma mater entre tanta corrección, emprendimiento y marca España. Aquellos días habrían sido muy diferentes sin alguien capaz de comprender la fantástica visión de un contenedor comiéndose a un estudiante.

Gracias, amiga, por tu inestimable compañía en la ciudad fría. Siempre añoraré los cafés en compañía de la “signorina” en la pausa para comer y siempre tendré una razón para acercarme a Marbella: tú, tu ukelele y tus dibujos.

Gracias, amigo, por evitar en esa misma ciudad fría que perdiese la cordura ante la horrible visión de otro cuadro de Excel. Gracias también por participar conmigo en ese extraño ritual que desató el espíritu de Taskent.

Gracias, amigo, por esas conversaciones filosóficas completamente fuera de lugar entre las nieves, por el viaje al corazón del heroísmo, por la cena más cara pero estupenda de las últimas semanas y por la coherencia de tus argumentos, solo comparables a la belleza de mis metáforas.

Gracias, amiga de la ciudad fría, por tu magnetismo teatral, apreciaciones sobre la vida, el amor, el pecado y la decadencia; gracias por las charlas de balcón y las veladas en clubes no pensados para un público como nosotros. Gracias por la amistad más divertidamente sincera, cerca de la estación de metro más adecuada a nuestra condición.

No podría faltar un agradecimiento a todas las mujeres con las que he compartido cariño o amor. Tanto los buenos como los malos momentos son fuente de inspiración. Gracias por los abrazos y por lo aprendido.

Ahora, el turno de los profesores

Gracias a los pocos profesores capaces que he conocido, especialmente a los que capturaron mi imaginación y me hicieron intuir la materia oscura de la que están hechos los corazones.

Gracias a los muchos profesores nefastos con los que me he cruzado, porque vuestra mediocridad, a veces mezclada con prepotencia, me animan a querer dar clases: después de todo, peor que vosotros no puede hacerse, así que puedo ofrecer cierta mejoría.

Un agradecimiento especial a todas las esforzadas profesoras de ruso que, con vuestra paciencia, no solo me habéis regalado un idioma, sino un trocito de alma y, tal vez, un proyecto de futuro. A todas, большое спасибо!

Por fin, la familia

Gracias a mis primas por ser como hermanas y por haberme regalado unos (casi) primos políticos tan majos y un encantador sobrino.

Gracias a mis tíos y tías: Gracias por explicarme que tal vez todo ya esté en los clásicos; gracias por ese trozo de mi infancia que un bolígrafo hábil me regaló al menos 20 años antes de que yo naciese; gracias por cambiarme los pañales una vez y por ser ahora una inesperada compañera de borracheras; gracias por esa comparación entre la ingeniería de motores soviética y americana mientras paseábamos por el Cerro de los Ángeles.

Gracias a mis abuelos maternos por ser como unos padres y por ser las personas más genuinas que existen; gracias a mis abuelos paternos por su memoria, llena de aventuras y desafíos.

Un millón de gracias a mis padres, a quienes he dejado para el último lugar por que han contribuido a que pudiese disfrutar de todo lo anterior. No solo me habéis dado cariño, una educación y salud; me habéis dado algo más, algo indefinido que me ha permitido moverme por el mundo, creo, haciendo más amigos que enemigos y convencido de que los amigos que tengo son los mejores que se pueden desear. Me habéis dado además un carácter y unos valores, a veces sin saberlo. Habéis estado ahí en los momentos más críticos y siempre habéis confiado en mí. Por donde yo voy, vais vosotros. Por eso os digo que lo habéis hecho mejor de lo que pensáis.

Y los dioses, por supuesto, lo último

Gracias por cada una de las personas que aquí menciono y por aquellas de las que podría haberme olvidado.

Y a los falsos dioses: gracias por ser un digno rival a batir; los errantes están en marcha.